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"Caricias y Pellizcos" de Natalia Castañeda en la Galería Isabel Hurley

Galería Isabel Hurley

Del 20 de abril al 19 de junio.

CUANDO EL PAISAJE ES LA PIEL
 

Los mecanismos que mantienen la vida odian exhibirse; acostumbran esconderse bajo una capa de belleza o una acumulación de accidentes que, según corresponda, llamamos paisaje o piel. Es a este encubrimiento estético que ha dedicado Natalia Castañeda Arbeláez su indagación artística.

Desde las primeras exposiciones, la reflexión sobre el paisaje, sus métodos y sus formas, atraviesa la obra. Hay pinturas que convierten el color en una mirada inquisidora de la naturaleza, hay instalaciones que invitan a interactuar con su fragilidad, hay esculturas que nos llevan a preguntarnos sobre lo que vemos y sobre la necesidad de representarlo. Hay ríos que fluyen como una forma de optimismo vital y hay videos que convierten la observación de la montaña en  una meditación en la que la belleza y las dudas nos pegan como viento en la cara.

El trabajo de Natalia observa con atención la pasión estética del planeta y nos obliga a preguntarnos el porqué de su existencia. En Caricias y Pellizcos, Natalia se toma un respiro de las caminatas y los viajes y se encierra en el taller a trabajar la arcilla; un material que también se esconde bajo la superficie del mundo que vivimos pero que, una vez descubierto, ha dado al hombre casa, herramientas cotidianas y posibilidades de auto representación.

La arcilla es tal vez el material artístico más primitivo y es por eso mismo un material al que hay que entregarse sin prejuicios ni prevenciones. En manos de Natalia, la cerámica se convierte al mismo tiempo en piedra, cuerpo o paisaje industrial y su flexibilidad o dureza se esculpen como fetiche, desecho o piel. En las esculturas de tamaño mediano opone lo industrial a lo sensual, lo que ha construido la máquina y lo que ha sido fruto del deseo de lo biológico por reproducirse. Son piezas que contraponen lo residual con lo efímero;  figuras en las cuales la mano no intenta dar forma sino seguir el rastro de un mundo que se levanta gracias a la necesidad de amor, el capricho o la desesperación.

Junto a ellas se exponen piezas más pequeñas y, por eso mismo, más íntimas. Pequeñas esculturas que acarician el barro, lo presionan, le dan masajes, lo pellizcan, lo soban e, igual que en las relaciones humanas, son producto de un cariño y una complicidad que dejan huellas imposibles de borrar. Este conjunto de cerámicas vuelve piedra lo que alguna vez fue entrega y, con ello, nos lleva a preguntarnos por qué la vida es un eterno querer y, al tiempo, un eterno riesgo.

El tercer componente de la exposición es un video en el cual la reflexión sobre lo vivo y sobre su representación es un dialogo entre un brazo y una mano inquietos y sus dobles en barro. Lo que inicialmente es un homenaje pasa a ser conversación, juego de opuestos y complementarios, de izquierda y derecha, de fuerzas que sueltan o agarran. Una charla que tiene un momento de esplendor y, poco a poco, va perdiendo el jugueteo y la alegría y se convierte en reclamo y violencia.

¿Son el amor y el deseo una forma de plenitud o sólo el inicio de la decadencia? ¿Acariciarse, besarse o pellizcarse son caras de la felicidad o señales de una futura tristeza? ¿Por qué lo maleable pasa por el fuego y se hace piedra? ¿Por qué el deseo es también una manera de autodestrucción?

En últimas, Natalia convierte el barro en materialización del tiempo, muestra cómo el paso de los días destruye incluso el más hermoso paisaje o la más hermosa piel. Piel y paisaje son al mismo tiempo la máxima expresión de la belleza y fachadas de un mecanismo vivo que se agota, que muere, un mecanismo que, queramos o no, se descompone.

 

Sergio Álvarez