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" Ensayos de Alteridad" una exposición de Jorge Gil en La Galería Fúcares de Almagro

Galería Fúcares 

Del 23 de Junio al 22 de Septiembre

Contemplando la obra de Jorge Gil –en sus diferentes series y en todos y cada uno de los materiales empleados- es posible pensar y afirmar que no existe representación formal alguna sin la participación activa de una muy sutil condición onírica, algo así como un sueño(s) de costosa significación y que se expresara con una rara potencia (incluso violencia) dentro de la estructura compositiva de lo creado. Por supuesto, esa configuración iconográfica –sea cual sea la realidad visual que nos ofrece- tampoco existiría sin el concurso de una, llamémoslo así, “alteración del significante”, y que en noble fidelidad a su más natural estado se nos parece como una acción que representa, en su aceptación inequívocamente artística, la sorpresa y el asombro, la duda semántica y la pérdida de orientación, la duplicidad de los signos y señales así como los desplazamientos de las huellas y marcas que nos pudieran servir como elementos fijadores de rumbo y sentido. Lo que contemplamos, entonces, incluso en los trabajos de una absoluta claridad formal, se diría que surge de una niebla transfigurada por la luz, o de la penetración de la realidad en el territorio, ya apuntado, del sueño y de la elipsis. Por supuesto, ese “sueño”, o esa condición onírica, que queremos ver en las obras de nuestro artista, es un elemento que participa en la obra con la misma voluntad de des-velar lo que André Breton en su Primer Manifiesto del Surrealismo atribuía, y el mérito reconocía que pertenecía en su totalidad a Freud, de haber sacado a la luz una parte de nuestro mundo intelectual que se pretendía relegar al olvido. 

Acabamos de citar una palabra “peligrosa”: surrealismo. Nada nos resultaría más fácil y acomodaticio que recurrir al cajón de sastre de este movimiento artístico para defender, en primera instancia, la compleja y singular obra de Jorge Gil, pero en base precisamente a esa singularidad debemos ser prestos en la aclaración de los términos utilizados. Veamos. Cuando nos referimos a que algunos rasgos formales de estos trabajos puede ser calificados, con toda la precaución necesaria, de “surrealistas”, queremos decir que esa referencia existe únicamente como afortunada evocación que nos permite descubrir la noble cualidad de la extrañeza de estas obras, de su originalidad, de su singularidad. Se nos aparecen los trabajos, en definitiva, como agentes activadores y provocadores de una inquietante realidad que en ocasiones podemos calificar de nuestra y en otras de enemiga de esa asumida familiaridad. Si el dictum goyesco nos previene que el sueño de la razón produce monstruos, no erraríamos en demasía si otorgamos al sueño de la locura creativa (sueño de vigilia y de arte) la capacidad de producción de un sentido otro de la realidad, como así sucede en la obra que comentamos; de un sentido cultural e intelectual, también profundamente físico y tangible, de esa realidad perdida en la noche y niebla de su inclasificable quimera. Y justo aquí, en esta pérdida de sentido y significado, es donde llegamos a uno de los elementos conceptuales más valiosos de la obra de Jorge Gil: el análisis por medio de formas y objetos de un posible malestar de la cultura en nuestro actual presente. 

En los trabajos de Jorge Gil la representación se nos ofrece siempre formalmente limpia, iconográficamente entendible, e (importantísimo) conceptualmente intelectual, de una cierta idea (en verdad bastante original) de un “malestar en la cultura” (nobleza obliga: es justo referenciar que la frase es un homenaje al importantísimo ensayo de Freud de mismo título) que se expresa por medio de una inmersión en la condición figurativa de “lo humano” como realidad y manifestación ontológica. Lo que a nuestro artista le interesa sobremanera es el cómo reflejar la humana condición –su grandeza y miseria, su tristeza y valentía, su vitalidad e inteligencia, su horror y sus miedos- por medio de una estética del fragmento pero nunca del despojo o de la ruina. En lógica consecuencia, no es posible investigar en torno a unos posibles fundamentos estéticos de lo humano (toda representación, toda figura, se nutre de ese caladero infinito) si, a su vez, no se contempla una necesaria coarticulación de lo artístico y lo político, y por “político” entendemos en el caso concreto que estamos comentando, un entrelazamiento de tiempos históricos, un entrecruzamientos de fuerzas y vectores sin ningún semáforo regulador de ese tráfico enloquecido. Lo podemos expresar también de diferente manera: en la obra de Jorge Gil lo “político” es siempre una explicación posthistórica de determinados momentos creativos de la humanidad, que es lo mismo que decir que en estos trabajos se insiste en crear nuevas genealogías artísticas que pongan en abismo su propio pasado. La cita, podemos decir, como elemento alterador de su sentido original. O como una metáfora de la deslizante idea del “simulacro”, entendido de igual manera que Deleuze en su imprescindible ensayo “Lógica del sentido” nos habla del simulacro, aquello que esquiva la acción de la Idea, en tanto que impugna a la vez el modelo y la copia. En los sofisticados y teatrales (en su mejor sentido) desplazamientos escultóricos de Jorge Gil (y también por la dimensión pictórica que se encuentra dentro de esa forma en tres dimensiones) podemos comprobar que la metáfora de lo creado se subdivide siempre en modelo (de admiración) y en copia (como ejemplo de crisis y puesta en abismo).

Es innegable que la obra de Jorge Gil innova desde el presente (no es una obviedad lo recién expresado), pero lúcidamente consciente que esa innovación únicamente sería válida (y honesta) desde una rectificación del pasado, o desde una autocrítica del formalismo historicista como imprescindible viático para una nueva re-ordenación de la representación  y la figura, ordenada (y estudiada) desde su propia base, del ayer al hoy. Del formalismo sedimentado en el pasado por Historia y las historias hasta llegar al formalismo otro, enriquecido por el “aquí y ahora”, e inteligente y creativamente manipulador de un pasado que ya únicamente puede ser visto y entendido como productiva nostalgia de futuro.

La obra de Jorge Gil puede ser, ciertamente, narrada, puede ser descrita de una manera digamos impresionista, pero tenemos serias dudas ante el hecho de que aquello que pueda ser posible en puridad deba ser realizado. Allí donde somos conscientes de la extraordinaria riqueza polisémica de estas obras, también somos cuidadosos en no maltratar la opulencia visual que las mismas nos deparan. Describirlas sería, si no negarlas, sí, por supuesto, rebajarlas hasta un grado inaceptable de brutal descortesía, aún situándonos, como es el caso, desde la más firme y sincera de las admiraciones. Para ello recomendamos al sofisticado espectador que se acerque a ellas que se cobije en su propia sensibilidad e inteligencia, nada más. Y, si lo desea, que recuerde el majestuoso inicio del Ulises de James Joyce, cuando el irlandés errante nos propone situarnos ante “…la ineluctable modalidad de  lo visible. Por lo menos eso, si no más pensado a través de mis ojos, huevas y frutos del mar, la marea que viene, esa bota herrumbrosa. Verde moco, azul plateado, herrumbre: signos coloreados. Límites de lo diáfano. Pero él agrega: en los cuerpos. Cierra los ojos y mira”.

Esperemos haber satisfecho con estas palabras de Joyce a quienes se acerquen a la magnífica obra de Jorge Gil. Cierre los ojos y mire. Ineluctable modalidad de lo visible.

 Luis Francisco Pérez

Madrid, Junio 2018