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Exposición Individual de José Cobo "Singularidad" en la Torre del Infantado y en el Centro de Estudios Lebaniegos de Potes

José Cobo

Inauguración: 4, diciembre, 2019, hasta final de abril, 2020.

Intervenciones escultóricas de José Cobo en la Torre del Infantado y el Centro de Estudios Lebaniegos

Pocos textos han generado tanta producción literaria y artística, tantas interpretaciones y controversia, como el Apocalipsis. Escrito entre los siglos I y II, es el libro que cierra el Nuevo Testamento. Su autor, San Juan de Patmos (quizás el propio Evangelista), cuenta que le fue revelado por Dios a través del ángel en esa isla del Egeo. Para los cristianos es un libro profético que anuncia el destino del mundo a la segunda venida de Cristo, el triunfo del bien sobre el mal y la salvación de los justos en la Nueva Jerusalén. También conocido como el Libro de las Revelaciones, su contenido posee una extraordinaria cantidad de escenas y símbolos. Es precisamente esta lluvia de imágenes la que ha inspirado al artista José Cobo (Santander, 1958) para crear su pieza Singularidad, situada en el patio interior de la Torre del Infantado, donde además está instalada de forma permanente la exposición Beato de Liébana y sus beatos, comentarios también al Apocalipsis.

En una reinterpretación libre y contemporánea del capítulo bíblico, la escultura representa a San Juan absorto en el momento mágico de la creación, de la plasmación de lo revelado por Dios para el profeta, un proceso que tiene mucho en común con el efecto que la inspiración brinda a un artista. Impregnado del sonido de las olas del mar, recordando la isla en la que vio la luz, de su mano sale una rica iconografía que mezcla imágenes apocalípticas bíblicas con otras no menos terribles de un mundo que nos es más cercano. Pintadas sobre doradas páginas de latón que brillan iluminadas como pequeñas piezas en sí mismas: las siete iglesias, Babilonia sucumbiendo en llamas, el dragón y las bestias, el ángel, el pozo del abismo, los reyes de la tierra, Jesús bajando a los infiernos, los mártires, la Jerusalén Celeste… pero también la niña vietnamita huyendo del Napalm, la bomba nuclear, un niño afectado de cáncer, escenas de guerra, humanos criados en serie y otras escenas distópicas de nuestra historia reciente. También aparecen textos incomprensibles y crípticos, recuerdo quizás de la imposibilidad de comprenderlo todo, de la realidad como algo indescifrable. Realizada a escala humana en resina de epoxi, la figura –sentada directamente en el suelo- se integra en el espacio del espectador, que posee un punto de vista que abarca desde arriba toda la instalación (visible además desde los pisos superiores del torreón), lo que posibilita una reflexión empática en convivencia con el motivo. El título alude al término de la física “singularidad”, situación de excepción en la que se produce un cambio radical de parámetros, como debió suceder en el Big Bang, un punto cero a partir del cual surge un todo infinito, como el generado por la nueva cosmogonía que se desprende del Apocalipsis, revisitado profusamente por tantos artistas y pensadores.

También en el mismo edificio se exhibe Tablero estratégico, una pieza en bronce pintado que representa escenas de lucha cuerpo a cuerpo en un campo quemado, trasunto de la guerra y el confrontamiento.

El Centro de Estudios Lebaniegos se encuentra en la antigua Iglesia de San Vicente Mártir que es hoy un espacio multifuncional donde se llevan a cabo actividades culturales, atención al peregrino y puesta en valor del patrimonio de la zona; después de haberse realizado un complejo rito de desacralización del templo. Teniendo esto en cuenta, José Cobo, cuyos trabajos se sustentan siempre en sólidos fundamentos éticos y estéticos, ha realizado tres intervenciones que dialogan con el anterior uso de esta arquitectura.

En uno de los extremos de la nave, elevado en lo que fuera el coro, se sitúa Niño saltando, una escultura que expresa como pocas la alegría de vivir, la infancia (en su esencia, que puede ser eterna) y el juego, captado en un instante de libertad plena y elevada, tan desprendido, que podría resultar casi irreverente en un lugar que fue sagrado. También Vidriera cinética sorprende por su laicismo y cotidianeidad. Una proyección de vídeo sorprende al visitante con la imagen de dos niños y su perro paseando en un día de sol por la orilla del mar. La imagen en movimiento se transforma, como ocurrió con la iglesia, y se codifica digitalmente según un complejo sistema de superposiciones ideado por el autor, quedando sus campos de color sustituidos por cifras que corresponden a los niveles de luminosidad de cada color. Una especie de pixelación numérica que genera un interesante efecto de imagen-código, de imagen-información, muy al hilo de la temática general de este proyecto.

Por último, en el lugar original del altar se sitúa una pieza que bien podría tratarse de una icónica escena laica de corte existencialista que habla del ser, el mundo y la materia organizada que lo conforma todo. El artista lo muestra apoyado en el suelo, como recién descendido, con todos lo paralelismos que ello inspira. Los pliegues de la materia, es un friso orgánico en el que los tres niños representados, metáfora quizás de la esencia humana, se desarrollan integrados entre los pliegues de los que surgen, formando un todo de semejanza indisoluble. Espacio y materia se confunden, el entorno conforma al ser y viceversa. Una luz se proyecta sobre la escultura simulando la entrada de ésta por alguna ventana. Curiosamente ese efecto virtual contribuye a integrar la escultura en el espacio que la acoge, y juega con la percepción del visitante que inevitablemente se gira buscando la fuente de luz cayendo en la cuenta del trampantojo.

Es el misterio de la iluminación: revelación para unos, inspiración artística para otros. Creaciones de mundos singulares, en ambos casos, poblados de imágenes que generan los contextos culturales de los que formamos parte, compartiendo códigos, y en los que las imágenes se convierten en herramientas para articular universos comunes.

 

Lidia Gil Calvo