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Exposición Ruiz de Eguino

Del 26 de marzo al 6 de junio de 2021

MENCHU GAL ARETOA IRUN

Los humanos estamos formados de espíritu y materia, durante toda nuestra vida intentamos ahormar una idiosincrasia, que nos represente, una imagen de unidad, que está edificada en nuestra diversidad. Pretendemos dar la sensación de armonía, que está generada por elementos opuestos o en todo caso distintos. Aparentamos ser coherentes, como si eso nos salvare de algo, no se sabe muy bien de qué.

El arte —antes de asignarle connotaciones metafísicas, valores conceptuales o leyenda— es una acción del hombre. Y por mucho que se pretenda, no hay arte sin artista, sin la mano humana o un mecanismo guiado por la misma. La decisión del hombre transforma una actividad en arte.

En esta introducción a la retrospectiva de Ruiz de Eguino, en consecuencia, he de hablar del artista y de su arte, de la persona y lo que hace, de su actitud ante la vida y ante el hecho estético, de cómo alguien que es uno es a la vez varios, de cómo su ecuanimidad doma la furia salvaje del instinto. En este catálogo aparecen al detalle su currículo y biografía, que no voy a repetir ahora.

Se ha convenido —Octavio Paz insistió mucho en ello— que el artista, el poeta, no tiene biografía, su biografía es su obra. Y es cierto, si no obviamos que, sin ser, sin creador, no hay nada. Nada se construye a sí mismo sin la intervención humana y sus aliados que, aunque son elementos culturales, propician la obra, coadyuvan a su realidad. Me refiero al trabajo creativo en connivencia con el tiempo, el espacio, la poesía y las ganas de trascender la fisicidad ¡Esto ya lo sabían los presocráticos!

En primer lugar está el hombre, no la masa, sino el hombre individual y concreto. Aunque en arte, nada me importante tanto como la obra. Esto no me impide rechazar de plano esa estupidez, tan en boga, de que importa más lo que se diga de la obra que la misma obra ¡Se puede estar a la última, pero no en las últimas! Sin obra no hay impacto y sin esa sensación no hay relación entre objeto y espectador.

Asegura Azorín que lo principal entre el arte y el hombre es la sensación. En Con Permiso de los Cervantistas, p.5, asevera: “el imaginativo se dedica a la sensación”. Es decir, la impresión que producen los hechos y las cosas en nuestro espíritu por medio de los sentidos. Y la turbulencia estuosa que experimentamos por esa impresión. Empédocles, s. V a. d. C., afirmaba que “el pensamiento es lo mismo que la sensación”.

Así, para no perdernos en divagaciones retóricas, vamos a tratar del hombre en su unicidad, del artista en la convergencia de su diversidad y de la obra como realidad que nos impresiona y condiciona. No es lo mismo contemplar Las Meninas que una puesta de sol, por maravillosa que sea. Las sensaciones que nos causan son distintas.

En los numerosos catálogos que he consultado de las individuales de Ruiz de Eguino, se sigue una dinámica descriptiva por décadas de las series del escultor. Lo cierto es que el artista ha evolucionado, como todos, al contacto con la realidad, con las exigencias del día a día. Pero, no se trata de una transformación, sino de una consecuencia y una evidencia de los elementos diversos que conforman su enteridad.

Sus seguidores, la crítica, los conocedores de la obra de Ruiz de Eguino lo consideran dependiente de la geometría, lo que obedece a una mirada descriptiva. Para mí no resulta esta relación determinante, o lo que es lo mismo, no me interesa esta obra por su sesgo geométrico, sino por su dimensión constructiva, no constructivista, por lo que construye con la entidad del autor. Por lo que exhibe de su personalidad, por las sensaciones que produce.

¿Qué vemos al observar una escultura o una pintura o una arquitectura? ¿Materia con forma atractiva, una imagen llamativa, un edificio deslumbrante? Cuando contemplamos una escultura de Ruiz de Eguino no estamos viendo una esfera, un paralelepípedo o un diedro, sino una articulación formal que orienta un espacio, el cual a través de esa obra sentimos o soñamos. Una creación plástica que podemos invadir, ocupar, penetrar, hacer nuestra en un diálogo secreto, cuando el formato lo permite.

En sus catálogos han escrito catedráticos, críticos, museólogos, arquitectos, narradores, como Ángel Azpeitia, Juan Manuel Bonet, Javier Barón, todos ellos queridos por mí y respetados profesionales. Miguel Sánchez-Ostiz o F.J Zubiaur Carreño, que lo dibuja: “íntimo, silencioso, disciplinado, tenaz, buscador de la perfección formal” F.J. Hermosos textos donde se analiza sus facultades y sus cualidades con querida y absoluta sencillez. Cada uno, a su aire, contempla un rasgo de su estilo de ser o su creatividad y cada uno descubre de forma idónea el escondite de su interés, no propio, sino el que inspira.

Desde mi óptica, su mayor cualidad es la lucha por la ataraxia, la tarea de encontrar un equilibrio que purifique su expresión. El cauce idóneo para mostrar la emoción y el misterio en una pieza. No hay mejor pago para un autor que la admiración diáfana por lo que hace. El dinero es necesario, pero no determinante. Lo que justifica a un autor es su plena realización interior. La obra debe de ser el espejo donde se mira el autor.

No trabaja Iñaki pensando en esto o aquello, sino en cómo encontrarse para darse, en ser eficaz, en metamorfosear su quehacer en apasionado deseo. Lo decía Federico García Lorca: “La poesía no quiere adeptos, sino amantes”. Es lo que quiere Ruiz de Eguino, aunque su silencio puede siempre más que su voluntad.

Y vuelvo a Azorín —¡a Azorín hay que regresar siempre!—. Decía el autor de Doña Inés que existen cientos de maneras de definir el arte, pero que en ninguna de ellas puede faltar dos elementos: emoción y misterio. La emoción es un estado anímico que nos sublima. Nuestros sentidos se impresionan al contemplar un objeto, un suceso, una imagen, un sonido, y nos embarga de modo irrefrenable. ¿Hay algo más limpio, más incontrolable, más puro, más inocente, más humano que la emoción! ¿Quién no es capaz de emocionarse con la voz de Plácido Domingo o con el silencio de Charlot?

El misterio es lo arcano, lo que no se puede explicar o entender, lo que se siente como un chispazo que nos atraviesa a quemarropa en el más silencioso de los gozos. ¿Qué misterio atrae al paseante que se ve impelido a atravesar esas esculturas públicas que Ruiz de Eguino tiene en distintos lugares de España? Cómo sentimos el misterio de Machado cuando confiesa: “Llamó a mi corazón, un claro día/ con perfume de jazmín, el viento”. “Yo no quiero el mundo esclarecido —asegura Nélida Piñón— Quiero el asombro. Porque el esclarecimiento tiene un aspecto dictatorial, tiene una versión única. El misterio garantiza múltiples versiones. Y el misterio alimenta la imaginación”.

Me comenta Iñaki que su escultura pública en Errenteria, esa puerta inmensa que se abre para recibir al ciudadano, ese acceso a un lugar habitable, se ha convertido en símbolo y espacio para honrar a los muertos de esta peste que nos atosiga. Y me lo decía emocionado. Para esto debe servir el arte, para reunir, para unir, para cantar, para no olvidar, para abrir los brazos al que necesita ser estrechado por ellos. No para discusiones bizantinas entre eruditos ¡El arte sirve y debe servir para emocionar, amén de otros fines!

Pero, volvamos al sujeto, al hombre, al autor de lo que estamos contemplando, admirando, tratando de sentir. Ruiz de Eguino es un profesional polifacético del arte, quizá el mejor conocedor de la figuración de Euskadi; especialista en Darío de Regoyos, Oteiza, Chillida, y no sólo en esos gigantes, sino en el arte figurativo de los siglos XIX y XX. Comisario de exposiciones, crítico de arte, conferenciante, historiador. Apunta Miguel Sánchez-Ostiz que es un “erudito en muy raros asuntos” y en saber tocar con su arte en el corazón de las personas.

A lo largo de su imponente peregrinar por el cosmos de las formas, pintura y escultura, vamos a ver sus series Sideral, Arquitecturas rurales, Construcciones relacionales, Intimidad silenciosa; dibujos con luz, alfabetos luminosos, que organizan signos de sueños, dolores y esperanzas. Nos vamos a pasear por las salas de este centro entre un mar de preguntas, de búsquedas que puede desinformarnos, desestabilizarnos.

Pienso que mi función, en esta empresa cultural, no es otra que ayudar a descubrirles el orden, la unicidad espacial, que propone Eguino. En reiteradas ocasiones le oí a Manuel Viola decir que “no hay ningún artista hijo de puta, porque todos tienen un padre reconocido”. ¡Perdonen la expresión, pero si la expreso con un eufemismo, resultaría una cursilada! Claro que Ruiz de Eguino tiene referencias, malo sería que no las tuviere.

¡Si hizo varias exposiciones de Oteiza y tuvo cercana relación con el poeta, cómo no va a tener consecuencias! Lo mismo con Chillida y con François Morellet. Pero, los mundos de estos autores son otros. Iñaki transita la Intimidad silenciosa que le permite dejar huellas por donde pasa, reconocer su canto donde se instala, establecer ostugos de hurmiento, como son esas esculturas monumentales, que aquí no se pueden admirar, porque cada una tiene su ubicación precisa.

Poniéndome un poco guerrero, me pregunto: ¿qué hay de Chillida en esta obra? Muy poco, nada. Y no es que me inquiete, pero hay que deshacer leyenda, o interpretaciones impropias y tergiversaciones, interesadas o no.

El lector conoce o ha oído hablar de Heráclito, y si ha leído a Borges sabrá la devoción que el argentino tiene al filósofo presocrático. No es una malicia, todos han oído aquello de que nadie se baña dos veces en el mismo río, el poder del fuego como principio y elemento creador de la naturaleza. Aristóteles le apodó “el oscuro”, porque era difícil entenderle, aunque él lo entendió mal y lo transmitió peor.

De Heráclito sólo se conservan 122 fragmentos en prosa, algunos enigmáticos, otros sin sentido y también obviedades y comentarios a los efesios. El nº 49 de Diels-Kraz, traducido por Antonio Capizzi, reza: “Yo sigo su ejemplo, y si vosotros estáis escuchando no a mí, sino al texto que os indico, es sabio por vuestra parte reconocer que todo es uno”.

Está comentando las leyes de Hermodoro. Capizzi defiende, con solvencia, que lo que Heráclito lega, no es un tratado “sobre la naturaleza” sino comentarios de orden social y político. Otra referencia, con toda probabilidad verdadera, según Hipólito, IX, 9.1: , dice Heráclito; y de que todos ignoran esto y no convienen en ello, se lamenta de este modo: ”.

El final de ese fragmento lo utilizó Octavio Paz como rubro de un volumen de ensayos sobre el fenómeno poético: El arco y la lira. Pero lo que me ocupa es ofrecer la base para considerar lo uno y lo diverso y cómo un autor, tan poético como Ruiz de Eguino, parte de muchos lugares para llegar al centro de sí mismo, que es lo que da en sus obras.

Por sobre todo, defiende Eguino su concepto de la unicidad espacial. Para él, “se trata de escapar de la , porque esa lógica niega que el espacio de la escultura sea del espectador. En el principio de la delineación escultórica se encuentra el concepto de espacio infinito”. En definitiva, el escultor busca un espacio de libertad para cantarla; un espacio común para compartir con vivencias nuestras, que la obra provoca.

De sólito, los creadores dicen ofrecer una ambueza de preguntas a aquellos que quieren participar de su experiencia estética. Y está bien, pero estaría mejor que, de vez en vez, regalen también alguna respuesta. El espectador no puede desesperarse tratando de encontrar un sentido a lo que pudiere no tenerlo. Eso hace que muchas personas vean el arte actual como algo ajeno, lejano, si no como un capricho de una élite, que juega sin el más mínimo pudor con la sensibilidad de los otros ¡Qué daño hace la pérdida del pudor!

Aquí es donde aparece esa sensibilidad genuina de Ruiz de Eguino, que busca denodadamente, no la belleza como Campo Baeza, sino la empatía. Es como una respuesta no a una pregunta concreta, sino a un modo de vivir al que se dirige un hombre en estado de gracia, no religiosa, sino de idoneidad, porque aparte de romanticismos novelescos, el artista tiene que estar en estado de gracia cuando expresa lo que siente. Ya no se habla de inspiración, pero sin ser algo divino, el hombre necesita un estado positivo y feraz para transmitirlo a lo que hace, para acreditar solercia.

Cualquiera que examine el recorrido de Iñaki Ruiz de Eguino, su amplísimo y cumplido currículo, comprenderá asohora, que se trata de un creador importante en la estela creativa de su tiempo. Habrá quien prefiera su pintura; otros, sus dibujos con luz, o esos caligramas donde la luz compone formas y contenidos; alguno se inclinará por su escultura íntima, por sus pizarras, no importa, porque esa diversidad es la que conforma su unidad, su unicidad.

En 1967 expuso Jesús Rafael Soto, en Denise René de París, su primera escultura transitable. Como es habitual en la obra de Soto, era una siembra de varillas que ocupaban un lugar que podía ser cruzado, invadido, humanizado por los espectadores. Y sin tener nada que ver ambas obras, la del venezolano y la del donostiarra, estimo que es un concepto aplicable a las obras monumentales de Ruiz de Eguino ¡Esculturas transitables, que hacen converger el yo y el otro, convirtiendo lo individual en colectivo, socializando la entidad!

Es muy fácil salirse por la tangente, hablando de conceptos geométricos, cantando las virtudes del cubo y el cubismo, cuando de lo que tenemos que hablar es de sentimientos humanos ¿Qué sentido tiene explicar la importancia del diedro a quien no hace suya la expresividad de estas formas? El arte es del hombre para el hombre, lo demás es bisutería, oropel.

Antes de aceptar o negar lo que estos párrafos informan, lector, deambula entre las piezas, pasea entre los cuadros y las maquetas, únete a las obras, déjate aprehender por lo que ellas te susurren ¡Las obras hablan, escúchalas! Tu visión será única y la mejor. Luego, puedes leer la mía y si te descubro algo que no hayas sentido, te enriquecerá y estas líneas tendrán sentido. En todo caso, repito, lo que importa es la obra, con la emoción que produzca y con el misterio que tenga. Insiste en encontrarlos. Lo demás, bisutería esclavista, retórica barata.

Tomás ParedesMiembro de AICA Spain