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Galería Siboney | Una arquitectura de la soledad de José Luis Mazarío

 

El regreso de Mazarío a Siboney se hace bajo en balboniano título de “Una arquitectura de la soledad”, y supone una nueva entrega de obras recientes –mayoritariamente de 2021- en lo que podíamos considerar una nueva entrega de unos cuadros que hablan de la vida lenta, de cómo el tiempo que se desliza casi imperceptible sobre las cosas, como dería Guillermo Solana.  Ciertamente es un placer compartir con los aficionados al arte en general y seguidores del artista en particular, esta nueva serie de pinturas; todas óleo sobre tabla y que con la que damos continuidad a su anterior exposición, y nos quitamos el agridulce sabor que nos dejó, ya que bajo el genérico título de “Pequeñas rarezas” se celebró en un contexto difícil de olvidar para todos y que restó de una forma drástica las visitas.

Anteriormente, en 2017 tuvo una doble cita expositiva; La realizada en el Centro del Faro Cabo Mayor, que bajo el título de “Caer en la cuenta”, cuya característica consistió en que todas las obras estaban pintadas al natural y en los alrededores del mismo Faro, en las que se contemplaban distintas vistas dominadas por las distintas luces del día y de la noche, mientras que en paralelo, en la galería Siboney, presentaba “Ornato y tierra” -una exposición en muchos aspectos complementaria- en la que nos mostraba un repertorio de registros artísticos en tan sólo 28 metros cuadrados, aunando escultura, dibujos y terracotas que convivían y nos ayudaban a conocer el trabajo de un artista, en cuya pintura, el color toma el mando absoluto y se independiza.

 Mazarío expuso por primera vez en el lejano 1988, y pese a que muchos años, y muchas cosas han pasado desde entonces, -muchas exposiciones, muchas ferias y muchas muestras de grupo-, continúa siendo un artista que transita al margen de las corrientes dominantes y que permanece fiel a su ideario artístico.

En el año 1999, con motivo de su primera muestra en la Galería Estampa de Madrid, Guillermo Solana escribió que la pintura de Mazarío “reflejaba una personal poética de la intimidad, sus cuadros hablan de la vida lenta, del tiempo que se desliza casi imperceptible sobre las cosas”. Casi 20 años más tarde se podría mantener este párrafo en cualquier texto que hable de la pintura de Mazarío, porque es un artista con unas inquietudes y una creatividad que permanecen ligadas a una materia muy concreta, a una “argamasa pictórica” selecta, y que continúa desgranado con el paso del tiempo.

Como citaba Lorenzo Olivan en el texto para su exposición “Caos y memoria” de 2008, Mazarío hace buena, una famosa frase del Morandi: “nada es más abstracto que el mundo visible”. Continúa Olivan “Es ése un elemento, creo yo, indispensable para entender esta obra y que está, de muy diversas maneras y en muy distintos grados, en los ejemplos de arte que más admiro: en los bisontes de Altamira, en Las meninas o Las hilanderas de Velázquez, en el Padre Carrión de Zurbarán que hay en el Monasterio de Guadalupe, en La mujer con una balanza de Vermeer, en el Perro enterrado en la arena de Goya, en Lluvia, vapor y velocidad de Turner, pero también en lo más poderoso de Mark Rothko, de Edward Hopper o de Sean Scully”.