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«Jaam rek (en paz)» de Paula Anta en la galería Daniel Cuevas

ÚLTIMOS DÍAS

Del 02 de Junio al 26 de Julio de 2022

PHotoESPAÑA22

Comisariada por Nerea Ubieto

Serie Hendu – Douda Mauritania, 2014 Fotografía 100 x 140cm Edición: 5 + 1PA

«cuando el caos te rodea por completo la decisión más sabia es crear paz en tu interior»

yung pueblo

HACIA ADENTRO

Paisajes de arena y luz generan una atmósfera de calma imperturbable. Poco importa si en sus cercanías reina la vorágine de las ciudades llenas de contaminación sonora y visual. Ningún ruido parece existir en estos lugares mansos, detenidos en un tiempo terroso que habilita la flotación de la conciencia. Son escenarios africanos, localizados mayoritariamente en Senegal y Mauritania, donde Paula Anta ha encontrado energías capaces de hacerle vibrar en otra frecuencia. Al principio ni siquiera se daba cuenta, una pulsión sutil la conducía a estos destinos; sin embargo, el paso de los años ha desvelado un anhelo ineludible. Las fotografías de la exposición corresponden a diferentes series que comparten una misma tonalidad emocional y expresan las características más representativas de su obra: la intervención en la naturaleza, el valor escultórico de las imágenes, la pureza estética, el rigor compositivo o su carácter conceptual.

La primera pieza en sentido cronológico pertenece al proyecto Rutas negras, realizado en el 2011. Anta marca con pigmento negro senderos comerciales y de intercambio que unían antiguas metrópolis, ahora convertidas en ruinas. La artista habla de «restos de cartografías olvidadas en la historia», una especie de «antimapas, caminos vagos y fraccionados». Hoy en día todos los itinerarios continúan y se ramifican sin descanso. Ni siquiera hay que trasladarse a un plano corporal, la navegación por las pantallas es infinita, de ventana a ventana, de documento a vídeo, de link a página web. Vivimos conectados y todo es rastreable: identidades, historias, datos, conversaciones, incluso las obras de arte –convertidas en NFTs– despliegan desde su núcleo una exhaustiva procedencia. ¿Qué pasaría si en la era de los hipervínculos hubiese cabos sueltos, rutas cortadas o callejones sin salida? Entonces sentiríamos la obligación de parar, caminar en círculos, dar media vuelta sobre nuestros pasos, dejar de mirar hacia afuera y comenzar a redirigir la mirada hacia adentro. Resulta paradójico pensar que, para encontrarnos, antes tendríamos que poder perdernos. Anta nos propone lugares en suspenso, interrumpidos de su trama, pero íntegros y habitables. Es posible permanecer en ellos sin prisas ni exigencias, andarlos con la imaginación para desprendernos del murmullo egoico y disfrutar de la intimidad del silencio. «Caminamos principalmente para sentirnos libres de todos los impedimentos, para dejarnos atrás a nosotros mismos mucho más que para librarnos de los otros».

La utilización del pigmento negro aparece en una trilogía de proyectos que inicia con esta serie, luego vendrán L'architecture des Arbres y Edera. Anta comenzó a incluirlo en su trabajo inspirada en gran medida por Pierre Soulages, el conocido pintor del negro. Lo más llamativo de sus cuadros oscuros y monocromáticos es su propósito: hallar el camino hacia la luz. El artista francés manipula y da volumen a la materia sombría mostrando sus matices y transformándola en algo luminoso. A partir de aquí lo entiende como puerta a un campo mental propio y profundo:

«Me gusta que este color violento incite a la interiorización. Mi instrumento ya no es el negro sino esta luz secreta surgida del negro. Aún más intensa en sus efectos al ser emanada de la más grande ausencia de luz».

Anta buscaba algo similar llevado al campo fotográfico. La elección del negro nada tiene que ver con su simbolismo, sino con la relación que establece con la luz, absorbiendo su radiación por completo. De este modo, la artista crea «una contradicción entre la existencia y la desaparición de la realidad a través de la naturaleza del medio fotográfico y el fenómeno que la hace existir». El negro marca, cubre, señala espacios y, sobre todo, hace desaparecer ciertos elementos para favorecer el resplandecimiento de otros. Desde una perspectiva sensorial permite que los ojos descansen en el no-color: traslada a la quietud, al campo transcendente del que habla Soulages. En este sentido, si hay un escenario por excelencia que facilita la profundización es el desierto. Asociado a la situación interna del individuo, muchas religiones y culturas han querido ver en su representación el vacío existencial y la soledad; pero también, el sosiego de un estado meditativo. En la obra inédita “Duna” Anta construye de forma casi pictórica una imagen en la que confluyen las líneas negras de su intervención con las que forman los surcos y las pisadas en la arena de manera natural. La composición se cierra con la presencia de un árbol solitario, reducto de sombra y oportunidad para el descanso, físico y reflexivo. Se sabe que Buda alcanzó la iluminación después de semanas meditando frente a una higuera. Sentarse y respirar parece sencillo, aunque a día de hoy es todo un logro.

«La gran mayoría hemos conseguido desterrar de nuestro consciente la mirada que inspira y se reconoce en la plenitud de todo lo que existe y que cuando espira, emana la belleza más sublime.»

Las pisadas alrededor del árbol nos guían hasta la fotografía en la que unas huellas se cortan a mitad del camino. Forma parte de Khorom, serie de horizontes salinos que remiten a la expedición libre de la mirada en comunión con el paisaje. La artista reflexiona sobre el vínculo que se establece entre los escenarios y un pensamiento cargado de vivencias. La contemplación «garantiza un viaje: propone a nuestra conciencia una salida fuera del lugar al que se dirige, pero fuera también de nuestro cuerpo, el lugar de donde proviene». En realidad, lo interesante es fusionar ambos desplazamientos. Traer el paisaje hacia adentro, proyectarnos en su inmensidad para volver a nosotras mismas. De ahí que las pisadas retornen: no hay que ir a ningún sitio, estamos en él. Ser conscientes de esta unidad nos aporta una dicha diferente a la de los sentidos, un contentamiento que proviene de estar en paz y conectar con el origen de nuestra existencia. El conjunto de fotografías en pequeño formato Maa ngée, de manglares en Senegal, nos llevan al mismo terreno a través del agua aquietada como símbolo de placidez. El límite sobrio en la lejanía se rompe en la nebulosa de arena de Hendu donde la invisibilidad alude a una doble metáfora; por un lado, a la ignorancia sobre el crudo contexto de estos países, por otro, a la de una mente turbia cuyo estado natural tiende a la disipación del ruido. El estatismo de la fotografía permite silenciar la fuerza de un motor de coche en movimiento usado como herramienta para lograr la toma perfecta. El zumbido exterior se acalla mediante un gesto íntimo con la cámara.

Sobrevuela un interrogante: ¿Cómo cesar el pensamiento cuando se revoluciona? Existe la posibilidad de establecer un ancla, un núcleo invariable al que poder volver.

En los paisajes de su trabajo más reciente, realizado en las playas de la costa senegalesa, dunas y agua se dan la mano. Unas estructuras verticales –hechas de plásticos, ramas y objetos de desecho– protagonizan las imágenes y dan título (en lengua wolof) a la serie: Khamekaye. A nivel práctico, son hitos ubicados a lo largo del litoral para señalar a los pescadores la localización de los poblados del interior; sin embargo, detrás de estas construcciones hay también una intención estética y formal que las convierte en auténticas esculturas. Compuestas por una amalgama de basuras y materiales primitivos, las piezas se yerguen como tótems majestuosos de la creatividad cotidiana. La artista confecciona los suyos propios en un acto de aunar cultura y naturaleza, sin que podamos percibir la diferencia con respecto a los originales. En el contexto de la muestra, los Khamekaye funcionan como una suerte de señales alegóricas que guían al individuo hacia su aldea interna. Ese espacio resguardado al que regresar. Las obras de la exposición marcan un movimiento introspectivo: del ruido a la calma, del negro al blanco, de la oscuridad a la luz, de afuera hacia adentro. Paula Anta invita al espectador a sumergirse en este flujo vital para aproximarse a un estado, Jaam rek, que significa «en paz».

Nerea Ubieto

Paula Anta (Madrid, 1977) ha realizado exposiciones individuales y colectivas así como en centros institucionales como Tabacalera, CA2M, Matadero, Real Jardín Botánico, Museo del Traje, Centro de Arte de Alcobendas, Círculo de Bellas Artes, Casa de América, Academia de San Fernando, entro otros y ha recibido importantes premios entre los que se encuentran el XI Premio Bienal Internacional de Fotografía Contemporánea Pilar Citoler (2021), Premio Photographer of the month ITSLIQUID (2021), Premio de Fotografía Contemporánea Consell de Mallorca (2020), Premio Internacional Centro Unesco de Extremadura (2020), Premio Colección Kells (2019), Premio Estampa de la Comunidad de Madrid (2016) o el Premio Fundación AENA (2010).