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Un amplio pliegue, un largo tejido. Virginia Herrera | Cristina Mejías en la galería Javier Silva

Galería Javier Silva

Del 9 de febrero al 18 de marzo. 

Inauguración: 9 de febrero a las 12:30

 

Escuchamos a través de nuestros pies y piel. Escuchamos a través de nuestro cráneo, abdomen y tórax. Escuchamos a través de nuestros músculos, nervios y tendones. Nuestro cuerpo-caja, bien tensado, está cubierto de la cabeza a los pies por un tímpano. Vivimos tanto en ruidos y gritos, en ondas sonoras, como en espacios, el organismo se erige, se ancla en el espacio, un amplio pliegue, un largo tejido, una caja medio llena y medio vacía que les hace eco.

Michel Serres, Los cinco sentidos

Superada la dicotomía cartesiana mente–cuerpo, podemos afirmar que toda nuestra experiencia en y con el entorno pasa por nuestro cuerpo, «está en el mundo como el corazón en el organismo: mantiene continuamente en vida el espectáculo visible, lo anima y lo alimenta interiormente, forma con él un sistema» (Merleau-Ponty, 1945, p.219). Es la expresión y el vehículo a través del cual se manifiesta el ser, hasta lo más recóndito, se transforma y se hace visible a través de apariencias, formas y representaciones. En la Fenomenología de la Percepción, Merleau-Ponty examina al cuerpo como expresión, como gesto, señalando que la naturaleza del lenguaje es ante todo gestual y corpórea. Nos podríamos permitir, entonces, entender también a la obra de arte como una operación del lenguaje, como algo que es construido desde y con el cuerpo, “es en este sentido que nuestro cuerpo es comparable a la obra de arte. Es un nudo de significaciones vivientes, y no una ley de un cierto número de términos covariantes” (Merleau-Ponty, 1945, p.167).

Virginia Herrera y Cristina Mejías en 'Un amplio pliegue, un largo tejido' exploran a través de piezas escultóricas, dibujos y vídeos el complejo vínculo, anteriormente aludido, entre cuerpo y lenguaje, entre signo y materia.

El gesto es aquel movimiento de una parte del cuerpo, particularmente de la cara o de las manos, que emite un signo visual con el que se expresa algo. Las obras que Cristina Mejías presenta, “Temps vecú” y “For what cannot be recovered can at least be reenacted”, se vertebran y sustentan en esta concepción del gesto: manos como protagonistas que aparecen tocando, guiando, gesticulando y señalando. Manos que a modo de vehículo de transmisión funcionan para generar una historia, una narración que va más allá del lenguaje verbal, como es el caso de “Temps vecú”. Esta pieza se trata de una proyección en la que la mano de la artista, junto a la de su abuela, enlazadas, sostienen un lápiz que  mueven al unísono sobre una superficie blanca y vacía, generando signos sin sentido, indescifrables, que surgen de lo más recóndito de nuestro ser, signos que sólo el cuerpo es capaz de sacar a la luz y expresar.

En “For what cannot be recovered can at least be reenacted”, la otra pieza de Cristina Mejías, se cambia de perspectiva y se apunta hacia un proyecto expandido.  La artista ahora elige adentrarse en el terreno de la arqueología como disciplina híbrida que usa procedimientos para tratar su objeto de estudio, que podríamos denominar performativos, y en la performance, uniéndolas y cruzándolas para trabajar conceptos en los que ambas disciplinas se mueven: espacio, cuerpo, memoria y narración. A todo ello colabora eficazmente el tratamiento de la obra, por un lado, la artista parte de una grabación realizada en el museo arqueológico de la isla de Gavdos (Grecia), en la que el performer y arqueólogo Efthimis Theous gesticulando con las manos, muestra e interactúa con las piezas del museo. A partir de esta grabación la bailarina Júlia Aragonès realiza una performance en la que se mueve con la acción de Theous, traduce los gestos de sus manos, como si éstas dirigieran el movimiento de su cuerpo. El resultado es una pieza de vídeo en la que se superponen las grabaciones del museo y las de la bailarina. A modo de instalación, piezas de diferentes formas y materiales acompañan la proyección. En ambos proyectos Mejías trata de tocar, de rozar, la historia con la piel, de crear otras narraciones alejadas de los saberes comúnmente utilizados para generar certezas, apostando decididamente por el cuerpo, como aquella privilegiada forma de encarnación del lenguaje.

El trabajo de Virginia Herrera parte del interés en torno a grandes enigmas antropológicos como la espiritualidad o la memoria. A través de procesos intuitivos muy ligados al propio material de las piezas —la cerámica—, se pregunta por la articulación del lenguaje simbólico, por el momento en el que el pensamiento, aquello intangible e inasible, se torna imagen. Este proceso tiene lugar siempre a través del cuerpo. «Nunca se comunican pensamientos», decía Nietzsche (2006), «se comunican movimientos, señas mímicas que nosotros releemos como pensamientos» (p. 213). Asimismo, la imagen nunca es sólo imagen, para comunicarse necesita siempre de un soporte que tiene un peso, una textura, un olor o una durabilidad específica. Nunca vemos exclusivamente las imágenes, somos un cuerpo en presencia de ellas.

Esta corporalidad toma especial importancia en el trabajo de la artista, que en esta exposición presenta ‘Paraíso’, un conjunto compuesto por piezas escultóricas de pequeño y mediano formato, y una serie de relieves, todos ellos realizados en cerámica. Esta técnica —que elige por su vinculación con la tierra y con el trabajo artesanal— es un registro de su propio proceso: la acción de la mano que actúa contra la resistencia del propio material, dándole forma y a su vez, materializando el gesto. Toda la obra de la artista se encuentra marcada por una manera de asir un pasado sin historia, o mejor, una  manera de rememorar su poética, que se traduce en piezas o artificios simbólicos de gran potencial alusivo, rastreadores de un mundo inconsciente compartido, a la vez que pone de manifiesto la fuerza de la imaginación como creadora de signos y mitos.

En ‘Paraíso’ nos encontramos con formas y símbolos que nos remiten a un mundo arcaico o un lugar desconocido y misterioso, del cual solo llegamos a ver pequeños fragmentos. El conjunto se dispone en el espacio de la galería a modo de restos o pistas, que parecen ser parte de un lenguaje impreciso, atemporal y enigmático.