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APPA art gallery: inauguración de exposición de Daniel Barroso

Daniel Barroso, Rastros de una abstracción

Comisariada por Amalia García Rubí

Inauguración 11 de octubre en APPA art gallery

DANIEL BARROSO, RASTROS DE UNA ABSTRACCIÓN
Amalia García Rubí


Cuando en 1888, bajo los dictados cromáticos de Gauguin, su amigo Paul Serusier pintó en Pont Aven su famosa tablilla El Talismán inspirándose en un paisaje, en la historia del arte se iniciaba prematuramente el descubrimiento de la abstracción. Cuando dos décadas después, Monet indagaba en las profundidades de su estanque japonés en Giverny para dar rienda suelta a los móviles efectos cromáticos producidos por los rayos del sol en el agua, la pintura y sus contrastes de color adoptaban un lenguaje propio al margen de la imitación de la realidad. En ambos casos, la autonomía del arte respecto al modelo, confirmaba como nunca antes, el hecho de que un cuadro en esencia es: una superficie bidimensional cubierta de colores dispuestos siguiendo un orden cambiante y aleatorio, según vaticinó el simbolista Maurice Denis.
Hoy nadie duda de que aquellos hitos históricos sentaron algunas de las bases de la pintura abstracta mucho antes de su “aparición oficial”, un aserto que se encargarían luego de recordar, ya en pleno siglo XX, expresionistas abstractos norteamericanos como Rothko, Motherwell, Franz Kline o Clyfford Still y que llevaron al extremo sus homónimos informalistas europeos, Fautrier, Wols , Michel Tapie o Dubuffet.
Lo instintivo y espontáneo, el gesto enérgico y no controlado por la razón sino por las emociones desencadenantes de la acción, llegaba a mediados de los años 50 a su máximo desarrollo para abrir diversos caminos en lo que hoy seguimos denominando abstracción lírica o expresionista. Un lenguaje generado por la materia-color al margen de toda norma externa, que supedita cualquier elemento de la realidad al comportamiento dinámico del artista que interviene la obra, con el único fin de alcanzar la liberalización total del arte y su individualidad.
Daniel Barroso (Mendoza, Argentina, 1959), pertenece a una generación de pintores contemporáneos atraídos inevitablemente por ese gran arte heredero tanto de la avanzadilla prevanguardista en figuras de la modernidad, Matisse, Chagall, Marc, como de aquellos otros que ya en plena centuria rompieron con la senda racionalista de correspondencias geométrico-formales, entre los que se encontraba el vigoroso De Kooning o el “salvaje” centroeuropeo Karel Appel. De todos ellos bebe la virulencia expresiva de nuestro pintor, pero también lo hace del mito, de la poesía y la exaltación onírica, cuya fugacidad y fantasía siguen llenando hoy las superficies pintadas por Barroso. No hay más que observar algunas telas y papeles de esta exposición para percatarse del intenso manejo que el artista hace de las tintas acrílicas, así como de la urgencia por abordar el lenguaje directo del color a través de sus evocadoras impresiones y brochazos. A ello hay que añadir un apunte más: el nomadismo innato de un ciudadano del mundo en el cual renace a lo largo del tiempo un creciente sentimiento planetario de pertenencia. Daniel Barroso ha vivido en países tan distantes como Argentina, Francia, Italia, Chile o Suiza, en donde afirma estar trabajando en estos últimos años con mayor intensidad. Desde sus inicios autodidactas, este pintor suizo-argentino, que actualmente vive entre Madrid y Zúrich, entendió la pintura como un medio catártico de fusión física y mental con la materia. Su producción marca cierta línea divisoria entre lo figurativo y lo abstracto, aunque en ambos aspectos o vías de creación, los límites son imprecisos pues las pulsiones mandan en su modo de enfrentarse al gran formato, de entrar en el soporte, mucho más que el entendimiento convencional de unas coordenadas espacio-temporales predeterminadas. Sus primeras incursiones en la pintura tuvieron lugar hace más o menos tres décadas, cuando tras varios años de formación e indagación autónoma en diversos territorios de la historia del arte, decidió dedicarse de lleno a la pintura. La obra de Barroso ha ido proveyéndose de técnicas aprendidas con la práctica en un duelo permanente de acierto y error hasta enriquecer su discurso propio, primero fundamentado en la fuerza visual del gesto y los colores contaminados por barridos, impresiones, incisiones etc, y más tarde en el dinamismo dialéctico de manchas cromáticas luminosas y accidentes provocadores de texturas en el soporte, leves ordenaciones gráficas y todo tipo de evanescencias que inevitablemente nos remiten al paisaje y su atmósfera. Un mundo interiorizado en el cual la pintura fluye de dentro a fuera, las secuencias marcan el ritmo de poderosas imágenes líricas mientras las huellas de la abstracción van dejando su rastro inexorable a través de territorios que escapan al tiempo.