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AURORA CID: LA LÍNEA INFINITA, en Sala de exposiciones temporales de la Biblioteca Cervantina, comisariada por Jesús Cámara

 


AURORA CID: LA LÍNEA INFINITA
Sala de exposiciones temporales de la Biblioteca Cervantina
Ronda de Alarcos, s/n 13002 Ciudad Real
Horario de visita : De lunes a sábado: Mañanas de 10 a 13.45 h. Tardes: de 17:00 a 19.45 h


 

 

La línea es el vehículo donde viaja la luz. Así nos llega el brillo de esas estrellas que desde hace cientos de milenios están extintas. Quizá por eso, la línea sea la imagen que nos hace más fácil aproximarnos al insondable concepto de lo infinito. Buena muestra de ello son las obras que constituyen esta exposición agrupadas en torno a un título. En estas dos palabras: LÍNEA INFINITA, cabe la precisión, la pureza, el equilibrio y la hermosa sencillez de la perfección. Pero también cabe mucha poseía, mucha alma, el deseo de trascender, los anhelos de la humanidad, el tiempo que nos construye y nos mata, el angustiosamente placentero sentimiento del ser. Y todo ello, -encarnado en plano, materia y color-, emana de la obra de Aurora Cid. Su inquietud en el devenir es la base de su proyección espacial.

En las obras de Aurora Cid la línea crea continuos planos -siempre los mismos, y siempre diferentes- en los que no cabe la oposición, ni el desencuentro. Es por lo que muchas veces, y no sin razón, se ha relacionado la fractalidad con las creaciones cidianas. Es un sucederse de formas, que aun con perfiles cortantes, van fluyendo en un aparente quietismo, sólo superficialmente estático y siempre profundamente verdadero. Es una marea geométrica, la inmovilidad en continuo crecimiento, la estructura atómica de la naturaleza en permanente evolución. Y por encima de todo, la línea es la causante de ruptura de la continuidad, la que crea espacios que se convierten en formas. Lo que viene después, el volumen, la perspectiva, la sorpresa y el juego, no es más que su consecuencia plástica.

La pintura, la escultura, y hasta las instalaciones de Aurora Cid son una yuxtaposición de planos, pliegue sobre pliegue, de los que -como en la teoría de Gilles Deleuze- , van naciendo todas las formas, una suerte de orgami genetrix que se materializa en intrincados paralelepídedos, duros triángulos, o suaves curvas que a la par que construyen el espacio, van creando otros espacios, tal vez habitables pero siempre deshabitados; espacios interiores vistos desde fuera en un hermosísimo duelo creativo con arquitecturas que nacen de la geometría, y donde nuevamente el hombre busca su lugar en el universo. Las líneas de Aurora Cid redondean el orbe, y lo sostienen.

Para ello se expresa frecuentemente en grandes formatos en los que además de constituir un importante y vital reto físico y técnico, entiendo que para la artista son una forma de manifestación de la vocación infinita de sus obras, llevada a la escala humana.

El arte de Aurora Cid es parco en el adorno y rico en el sentimiento. Adentrarse en él supone apartar a un lado la frialdad del fundamento del proceso técnico y descubrir la emoción contenida en la forma, una contención que la depura y fortalece; que la hace intensa y profunda conforme se consolida la composición.

Y todo se consigue en equilibrio sosegado; en una armonía que es la del universo, ordenada por el concepto pitagórico de la matemática, un pensamiento tan antiguo como el conocimiento humano y que cada día se demuestra más esencial, más parte de nosotros mismos. Ahora parece que nos damos cuenta que el verdadero poder en el mundo es el del algoritmo, cuando siempre ha sido el número lo que nos ha separado del caos.

El orden dota a la obra de una espontánea naturalidad, de algo como de ingrávida ligereza cósmica, pero que en ningún caso debe llevarnos al engaño de lo simple. En Aurora Cid nada se deja al azar, no existe la improvisación, excepto, tal vez, la indomeñable intención de un desconocido demiurgo. En cada una de sus obras hay todo un concienzudo estudio en busca de la pureza, la precisión, y la belleza, algo que sólo es posible encontrar en horas de bocetos, cálculos y diseños preparatorios. Pero la obra de Aurora va más allá del meticuloso trabajo y del virtuosismo en el proceso técnico, que siendo absolutamente destacable es más importante si cabe, por el propio impulso que lo habita, por el estudio conceptual de la artista, que imprime ánima a la cosa creada.

Aurora Cid parte siempre de la realidad, sus trabajos empiezan a partir de maquetas y proyectos realizados por ella misma; luego, es la propia realidad la que la conduce a la geometría, al otro mundo: a su otra realidad, la que nace del cálculo, la escuadra y el cartabón, pero que de un modo u otro es el cauce de su fantasía, un río que desemboca en la poética del número y al que mágicamente afluyen también los sueños y divagaciones del espectador. La obra de Aurora Cid nos presenta un mundo particular pero accesible. Su discurso, alejado de todo dogmatismo se abre ante nosotros, y permite a quien lo contempla, pasear por sus laberintos.

La geometría nos devuelve a la arquitectura, pero trastocada en una especie de figuración mágica, los poliedros se urbanizan transformándose en ocasiones en estructuras ciclópeas, otras en rascacielos desafiantes al futuro. No faltan tampoco en sus obras referencias finales que nos podrían conducir a alusiones intelectualizadas de la naturaleza, y es que en ese vacío, casi de abismo, después del color plano, en busca de una tercera dimensión, pueden encontrarse las huellas de paisajes, que en continua dialéctica con la escala pueden remitirnos a las ondulaciones de las dunas del desierto o a la cartesiana disposición de los liños de vides del campo manchego. En ambos casos: dunas y liños, siempre infinitos también. El horizonte de La Mancha es en esencia, una línea infinita; bien lo supo Don Alonso Quijano.

Si la arquitectura nace de la geometría, las formas, a través de la luz, dan paso al color, y el color es indudablemente una de las más particulares experiencias plásticas, y seguramente, uno de los mayores logros, de la obra de Cid. Una paleta exquisita en sabias combinaciones de colores, y la asombrosa generación de tonalidades que las sombras irreales de sus planos son capaces de crear, nos hablan del placer sensorial del color por el color, haciéndonos pensar en la a veces olvidada profundidad que posee aún siendo plano, o precisamente por el hecho de serlo, en lo inmensa que puede resultar una superficie de color sin mácula.

Punto de especial reflexión es la materia, que junto al color y la forma constituyen el triunvirato que rige el arte de Aurora Cid. El cartón ondulado, el papel Kraft, o el acero, son arte y parte en la producción de la artista. De ellos extrae todo su potencial estético, usando su propia materialidad, a veces desnuda, como recurso plástico y elemento discursivo.

En nuestra artista, las diversas disciplinas pueden ser un mero accidente de su concepto artístico. Muchas de sus esculturas son como "un tomar cuerpo" de sus pinturas, como si las formas se hubieran literalmente levantado de la doble dimensión, un ejercicio único, entre el alarde técnico y la fuerza de la creación, en el que siempre al servicio de la idea, unos materiales se travisten de otros: metales que se confunden con cartones, verjurados que se disfrazan de dibujos a tiralíneas. No es engaño, sino certeza. Es la polisemia estética, la retórica plástica de Aurora Cid, una artista valdepeñera nacida en Córdoba, que por siempre seguirá soñando con alcanzar el final de esa línea que nunca termina.

Jesús Cámara

Comisario de la exposición