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Cartografías del Tiempo Muerto de Jaime Vallaure en La caja negra

La caja negra

Comisaria: Marta Ramos-Yzquierdo

Fechas: del 12 de noviembre al 5 de diciembre

Inauguración: 12 de noviembre de 13 a 20 h.

Activaciones: 13:00, 19:00 y 2:00 h.

El artista hará una explicación pública de su trabajo consistente en una acción sonora activando diversas estrategias para hacer más eficaz la relación entre el que hace y el que mira.

Estan activaciones también tendrán lugar durante el período expositivo. Consultar horarios e inscripciones en www.lacajanegra.com

Cartografías del tiempo muerto

Jaime Vallaure

Le he pedido a Jaime que me recordara las piezas que estaba preparando para esta exposición, de las cuales me había mostrado unas y contado otras unos días antes en su estudio. Su correo electrónico termina diciendo:

“Cada día se empezará de nuevo sobre la base del día anterior”

Y si bien esta frase corresponde a una descripción, a la de la pieza performativa que realizará todo el tiempo hablando y escribiendo en una pizarra, cuando vuelvo a leerla tengo la sensación de que todas las obras que se condensan aquí surgen de esta máxima, repetida indefectiblemente y constantemente cada mañana cuando se levanta. Esta idea, que no sé si es cierta, no he querido contrastarla con él. Sería muy fácil mandar un mensaje o hacer una llamada y en cinco minutos quedaría la duda resuelta. Pero resolver dudas creo que es lo más lejano a cualquier práctica que pueda acontecer en un espacio en el que Jaime esté.

A este axioma añado, en la construcción que mi cabeza está pergeñando, una ilustración que estaba en su mesa de trabajo. “La imagen más antigua de nuestro universo”, comienza el epígrafe de una fotografía de fondo oscuro con cientos de puntitos de diversas formas y tamaños, entre blancas y amarillas, quizá alguno de destello más azulado. ¿Cómo se decide cual es el principio? Imagino al científico, entre extasiado y curioso, mirando ese primer cielo plagado de los primeros cuerpos celestes. Pero ¿cuánto ha tardado la luz de ese inicio en llegar al objetivo de la cámara del telescopio Hubble, para poder activar el proceso de percepción, de registro sensible de su software, y activar el proceso de creación de la imagen? Sigo leyendo, y dice “La imagen se conoce como Campo Ultra Profundo del Hubble: requirió de un montaje de diversas tomas hechas día a día durante más de un año…”

Un montaje… “combinación de las diversas partes de un todo” versus “aquello que solo aparentemente corresponde a la verdad” (en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española).

Todas las imágenes que Jaime está presentando son un montaje. Son capas y capas de recortes de un archivo vital sobre el que ha decidido volver una y otra vez. ¿En qué momento se deja de buscar en los cajones un cuaderno más con anotaciones y listas de cosas ya tachadas porque ya están hechas, o con cuentas que a lo mejor significan mucho pero también puede que sólo fueran un ejercicio de un libro de matemáticas, un dibujo infantil o una mancha de chocolate? ¿Cuándo se decide recortar, mezclar y recomponer?

Las miro y me recuerdan a los diagramas de Mark Lombardi, estructuras narrativas que a través de dibujos y resúmenes, y desde una profesión tangencial en el mundo del arte, llegó a plasmar las interacciones económicas y políticas no explícitas del siglo XX. Al acercarme, lo que antes parecía una frase entre borrones, se revela como un conjunto de palabras ilegibles. Esperaba encontrar un sentido en la lógica de un lenguaje que suponía reconocer, pero es imposible. Entonces me acuerdo de la disolución del lenguaje y la experimentación de dispositivos de lectura de la argentina Mirta Dermisache.

Resulta pesado esta necesidad de citas y analogías a las que recurro como ingrediente que aporta interés, o como justificación a mis ocurrencias. Pero la percepción no deja de poner en marcha la memoria. Freud hablaba de la psique como un bloc mágico, todo se registra pero también desaparece y puede tornarse ilegible. Derrida, a través de este concepto, explicó la “fiebre del archivo”, en última instancia, una necesidad de borrar todo lugar de consignación de significado.

Pero si no puedo leerlo, quizá puedo recordarlo, pero no escribirlo. Quizá solo queda hacer mucho ruido, chillar muy alto porque la lógica de la lógica no aparece y entonces detrás de esas imágenes se escondería el libro en blanco. Y en esta actividad frenética, desde una pulsión optimista de búsqueda de nuevas formas de aprehensión y relación, lo que nos resta para seguir donde lo dejamos, no sabemos si en el principio de los tiempos, son “5 ó 6 piezas grandes, unas 6 en formato A4 y unas 2 en formato A3”.

Marta Ramos-Yzquierdo