Galeria Isabel Hurley | Lois Patiño. Lenta fluye la noche.
LOIS PATIÑO
Lenta fluye la noche
Sábado 4 de marzo 2023, 12:00 h
04.03.2023 - 14.04.2023
La noche de una forma
En la estética japonesa existe un concepto, de nombre Yûgen, que podría traducirse, malamente, como el fondo ignoto del mundo. Para los japoneses sería todo aquello en lo que subyace un componente de genuino misterio, precisamente porque la naturaleza de ese fondo, por oscura, no puede dilucidarse. Aquello que es mayor o más complejo que lo humano está, por tanto, cargado de Yûgen.
No cabe duda de que el cementerio sagrado de Okunoin o la gran urbe de Tokio, en la visión nocturna que nos ofrece Lois Patiño, también podrían encuadrarse dentro de esta categoría. No solo por esa belleza inmensa y ajena a lo humano, sino porque lo que allí reverbera al modo de una conversación infinita al borde de la desaparición - y precisamente sobre ese límite que supone la desaparición misma - no es otra cosa que el sustrato enigmático e incognoscible en el que todos nos hallamos destinados.
Lo que no está, lo que se ausenta, lo que deja su sombra, lo que se fuga, lo que apenas puede entreverse, lo que se presiente, lo que está a punto de olvidarse. Son cuestiones recurrentes en la tradición poética nipona. Igual que la poesía japonesa, la cámara de Lois Patiño le hace preguntas a la ausencia y al vacío, mientras se extiende el mar o la sombra, o mientras ve que las luces silentes de los trenes y barcos de Tokio fulgen como luciérnagas, quizás una de las más bellas imágenes que la poesía extremo-oriental ha logrado del alma sorprendida en el acto de abandonar el cuerpo.
Y es que también a Lois le gusta ir, poco a poco, demorándose y trazando una constante alusión a esa feliz impermanencia de todo, como si deletrease en silencio este poema japonés:
"Oh, en este mundo
de apariencia inmutable,
cómo conmueve ver;
mecido en la corriente,
un barquito de pesca".
No dejo de percibir en El sembrador de estrellas la idea como de un sueño sumergido. La inmersión en un ámbito rico en profundidades y hallazgos con mágicas raíces; y luego, digámoslo con palabras del gran Lezama Lima, "el viaje de su energía por un despertar naciente". Por la inexorable extensión materna de la sombra, la de la noche y el mar. La del río del sueño. Sueño también en la perspectiva de Calderón: a la vista de las grandes cosmópolis y conurbaciones del planeta, volcados hacia ese Tokio infinito (indefinido y nocturno caleidoscopio) también nosotros podríamos decir que, en efecto, la «vida nos parece [un] sueño». Y el sueño, como el mar, ignora el paso del tiempo. "Sagrada y misteriosa cae la noche, / Dulce como la mano amiga que acaricia", escribió Luis Cernuda.
En su decantarse hacia la noche, en el dentro de la noche, la mirada de Lois Patiño quisiera acompañar las transmutaciones de la gran ciudad: informe figura como de terciopelo vuelta ahora toda ella sobrenaturaleza, con su aire de encantamiento, su estupor cósmico y misterioso. Quisiera la rotación de la mirada tocar su centro de oscura fuente de seda - en una obsesión que, es cierto, no esconde su carácter mágico. Acercar no solo la visión sino el oído para comprobar las leyes secretas de su gravitación, el principio de su movimiento, o su propio despertar. Soledad, arrecife, estrella, todo cuanto merece - como escribiera Mallarmé en "Salut"- "la blanca inquietud de nuestra tela".
Lois Patiño nos revela un mundo sin despertarle su sombra, su vida profunda y soterrada. En la maternidad de esa sombra líquida de la que nunca se desprende, las imágenes mantienen el secreto y el misterio; requieren, por ello, de la visión en espera. El lento vislumbre de un deslizamiento en la noche, que es la noche. Se trata, sin duda, de imágenes de medida órfica; pues, como es sabido, para los órficos, en el comienzo del mundo existió sola la noche, representada como un enorme pájaro de negras alas.
Podemos, sin embargo, preguntarnos: estas imágenes, ¿entran o salen del sueño? Diríamos que, arrebatadas por el espíritu de la extensión, se dirigen lentamente hasta el fin de la noche, su centro más denso, que es también su extremo. No hay duda: la película crece hacia adentro, hacia su raíz, que resulta el secreto del sueño que es la vida, y que la muerte recoge.
Hemos de contemplar El sembrador de estrellas como un puente de resonancias, precisamente, entre lo que desaparece y lo que comienza a articularse de nuevo. Gérmenes, orígenes, plasmas nuevos, corpúsculos que se funden con la inmensidad de lo abismado o ausentado. Como en el eterno recomenzar del mar.
Espacio respirado - casi en sentido rilkeano -. En su húmeda sombra, la noche también es como el océano, un turbión oscuro y sinuoso de potencia creadora: el motor - alma dinámica o germinativa - del propio contemplador solitario. Si la noche es un manantial de nuevas formas, ese hecho solo se revela al solitario, al separado que se adentra en su propio sol (negro) interior. En el encuadre habrá de buscarse, por tanto, el lugar de la (propia) desaparición.
La cámara de Lois Patiño nunca aspira a la descripción, o al análisis de lo que tiene delante, sino a la escucha, a la vigilancia o la vigilia. La atención de aquello que, en la creación, se hurta a sí mismo, se pierde, se ignora; no sin antes, con todo, fracturar o sobrepasar las formas ya gastadas de la consciencia.
Perseguir la desaparición. Extraña pero hermosa aspiración esta de hacer sentido precisamente allí donde el sentido se esconde, se evapora o excede, al margen de la razón, en las crepitaciones lumínicas del aire o los movimientos furtivos del agua. Ascendiendo, subiendo desde ese fondo último de la vida, atravesando la realidad, irguiéndose ante ella o, mejor, entre ella.
El sueño, como el mar, ignora - decíamos - el paso del tiempo. Pero esto es así porque ellos - sueño, mar, noche - constituyen el fondo mismo de los tiempos. Y su vaivén es el ritmo dual que la imagen habrá de captar: alternancia de llegada y pérdida, recepción y huida, indeterminación y conclusión, ausencia y presencia. He ahí el juego originario de la aparición y la desaparición. El latido de la vida oscura que se pierde y surge. Partida, retorno, pleamar y olvido. Vida: muerte.
Alberto Ruiz de Samaniego