GALERÍA SIBONEY "La imagen robada, el museo vacío" ALBERTO GÁLVEZ
Inauguración: Miércoles, 12 de abril, a las 8 de la tarde
Del 12 de abril, al 13 de mayo de 2017
La imagen robada, el museo vacío.
El próximo miércoles, 12 de abril, se inaugurará la séptima muestra individual del artista valenciano, ALBERTO GÁLVEZ (Orihuela, 1963), presentada bajo el título de “La imagen robada, el museo vacío”, significativo epígrafe en el que se enmarca esta nueva entrega en la sala de Santa Lucía y supone el regreso de Alberto Gálvez tras sus recordadas exposiciones: Un cuento azul. (1999), Por qué vuela el día. (2002), Vendrá la noche y tendrá tus ojos. (2004), De la edad de la pintura (2006), El lugar de la Pintura (2009) y El retrato oval (2014).
Alberto Gálvez, Doctor en Bellas Artes, y Profesor Titular del Departamento de Pintura de Universidad de Valencia, -es un artista que está representado en Italia por Galería Il Político, de Roma, y en Nuevo México. (USA) por Nüart Gallery. (Santa Fe)-, presenta en su nueva exposición de Santander, una serie de pinturas en pequeño y mediano formato, realizadas a lo largo del pasado 2016 y finalizadas y firmadas en estos días, en las que los museos y los estudios de artistas, son los motivos en los que sustenta la serie, que transmite –pese a su apariencia narrativa- una visión ciertamente contemplativa.
Sus trabajos, tratados con su procedimiento pictórico habitual –sobre lienzo y sobre papel-, y sus obras de pintor figurativo, muy literario, nos transmiten , o al menos nos dejan intuir, su pasión no sólo por la Pintura -con mayúscula- sino su pasión por la propia génesis de la Pintura, de su historia, y de los maestros. Su pasión por los Museos como centros de conocimiento y deleite.
Hay obras, como la titulada “El polvo del estudio de Morandi” en la que retoma la idea de una serie anterior que presentó en su exposición “Vida de artistas”, en las que reflejaba los estudios (Uno de los lugares comunes más difundidos en el arte del siglo XX ha sido glorificar el estudio, o taller del artista, como el espacio sagrado de la creación. Como aquellos documentales de arte que intentan captar ese aura misteriosa y enigmática que destila el lugar donde el artista habitó con sus pesados pasos, acumulando momentos de genialidad), esta vez centrándome en ciertas cualidades de la imagen, como registro visual de un haber estado ahí el artista o su obra. Son imágenes quemadas, en clave alta de luminosidad, que se cruzan y contaminan con “Los criaderos de polvo” (1920) de Duchamp. La fotografía que registró el estudio del artista después de seis meses de inactividad y el polvo acumulado sobre el gran vidrio. El polvo es un resto, un residuo que se acumula con el paso del tiempo, nuestra propia materia desintegrada que se acumula en los rincones, y se deposita sobre los objetos bañándolos con una tonalidad grisácea, acromática. Todo se vuelve homogéneo, desaparecen los contrastes gracias a la materia gris, solo quedan apreciables relieves de un esqueleto fósil. La habitación, el espacio de trabajo del artista. Sus trastos inútiles, sus fotos clavadas en el muro con chinchetas o trozos de cinta que solo consiguen engrasar las esquinas del papel amarillento, como en Pequeño rincón del estudio de Bonnard. Cada imagen clavada en la pared del estudio es como una conquista que ha perdido su finalidad, que se acumula en el paisaje salteado de trozos de recuerdos, pasiones, caprichos, deseos,…; con la única intención de fijar lo que es imposible detener, el olvido de ese momento. Elaboración minuciosa y tediosa de cubrir los huecos de la pared, para tapar el vacío con pequeñas ventanas opacas, como en Negro Reinhardt. Los restos arqueológicos de pequeños souvenirs de museos, de tiendas de arte, de curiosidades van llenando esos huecos impulsados por una especie de horror vacui. En el Estudio de Rauschemberg, podemos encontrar desde “El sentido literal” (1929) de Magritte hasta “El botellero” (1914) de Duchamp, junto con Boticelli, o unas plantas de pies detrás de una cadena con un gran candado.
Otro de los asuntos tratados en la exposición, alude a el progreso de las contiendas bélicas que sólo provocan más paisajes de ruinas. Y frente al horror el museo se vacía, se repliega, se dispersa, se esconde para prevenir el inevitable desenlace del Looted Art (arte saqueado). El Museo se muestra desnudo, paredes con marcos vacíos y caligrafiado con tiza nombres de los antiguos cuadros, 2541 Rembrandt, 286 Rubens,... Tiza blanca sobre paredes de negro humo, grises como pizarras que hablan de “La traición de las imágenes”(1929) de Magritte, lo que antes fue y ahora solo es un número y un nombre, un registro arqueológico. Los marcos como brillantes esqueletos se amontonan en las salas cubiertas de polvo. Los trabajadores del Louvre se esmeran en empaquetar las piezas valiosas dentro de cajas negras, de madera quemada, ponen almohadones al frío mármol y los atan con la técnica del bondage. La carne de mármol no sufre ni siente placer, solo se esconde en el interior del catafalco.
Como el Louvre, el Museo del Prado se llena de sacos de arena caliente, las palas cavan los túmulos y los invitados se mudan a Valencia.