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Inauguración de "Selva del tiempo" en JM Galería

JM Galería

Inauguración: Sábado27 de febrero de 2021  (11:00 h a 18:00 h)

 

Selva del tiempo

La primera vez que estuve en Estambul, mientras paseaba por no recuerdo qué barrio, encontré una antigua casa señorial con un hermoso jardín, descuidado y majestuoso en su espesura. Como tenía abierta la verja, continué mi vagabundeo entre aquella vegetación casi salvaje, hasta llegar a lo que, en principio, me costó reconocer como una tumba en el suelo. La razón de mi despiste era un enorme árbol que había reventado la losa, y se erguía brioso hacia el cielo desde la fosa… Y eso es lo que hallamos en Selva del tiempo, muertos que viven en la vegetación que José Luis Valverde ha pintado para ellos. En ellos. Con ellos.

Ellos somos nosotros cualquier día que pasa, pues del tiempo va esta exposición, y de modos de ser en el transcurso de la desaparición. De hacerla ver y de hacerla nuestra. Si el abuelo de Pepe Valverde era pintor amateur además de hacer tumbas, parece que su nieto ha profesionalizado lo primero y recuperado su querencia por las lápidas… Mas, sobre todo, por lo que puede haber ahí debajo, todo un mundo de posibilidades que, en las manos de nuestro artista, se hace de óleo y regusto irónico por la tierra removida, por el olvidado aliento de los habitantes de un lodo oscuro y fértil que nos incita a sumergirnos en él, adelantando el momento del festín de los bichos del subsuelo, o quizás invitándonos a la fiesta. En su Memorias póstumas de Brás Cubas, Machado de Assis hacía que su protagonista nos recibiese en la primera página con un estupendo brindis: “Al gusano que primero royó las frías carnes de mi cadáver dedico como sentido recuerdo estas memorias póstumas”. Irónica y sagaz entrada a un texto tan divertido como relevante, que comparte tono lúdico y abismal con las pinturas y esculturas que aquí nos trae Valverde. Pues sí, de entrada, el tema fúnebre podría hacernos esperar una semántica del pesar y la melancolía, el filtro del placentero hacer pintura de nuestro autor ha dejado en estas obras un encanto de lo tenebroso que destella fogonazos cromáticos como nocturnas flores venenosas, luces de una verbena ultraterrena que condimenta paisaje con vanitas, a modo de jugosas naturalezas muertas más vivas que nunca.Montadas en un primoroso relato espacial, las piezas de Selva del tiempo respiran hondo como la mala hierba, en una fronda pictórica que nos deja sólo atisbar el resto de los difuntos, donde ya no sabemos cómo acaba el hueso y empieza lo verde. Emboscándolos en su follaje, Valverde nos ralentiza su aparición, administrando una economía de la visibilidad de la que ya ha hecho discurso propio, demorando la imagen en su aceite primigenio de pasta y gesto, de estrategia barroca y lucidez decadentista. Por eso, el fluir de los acontecimientos de óleo sobre las telas, o de dientes en el yeso, late con el vigor de la savia amarga y febril del que sabe que el qué y el cómo son ya lo mismo, como lo son estos cadáveres y sus refugios. También por eso Valverde puede pintar la vida de estos muertos en un tiempo más allá, y más abajo, del que habitamos nosotros, una posteridad hermosa y oscura sin llantos ni quejas, con gatos que nos miran y pájaros que vuelan antes, o después, de ser sus caninas devoradas… O también más acá y más arriba, junto a nosotros en el armario o en el plato, ante el mar o en el espejo, compañas de otros tiempos que están en éste… Así nos ofrece Valverde unas santas sillas en las que sentarnos a este banquete servido en el sustrato del paraíso, exquisita revisión de los tabúes que nos ocultan el único futuro cierto. Un convite sensualista de pintura y tierra leve, húmeda y cálida, campo fecundo para el quehacer de un artista que no deja de crecer como las pujantes plantas de esta su jungla crónica, silenciosa y anhelante de lo desconocido, hambrienta de más tiempo que hacer pintura, para nosotros y, bien lo sabe Valverde, para ellos. Pues si todos seremos polvo, ahora somos pintura en la Selva del tiempo.

 

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