"Mirar y tirar. 8 bits entre Friedrich y Judd" de Beatriz Castela_Bit en la Galería Fúcares
Hasta el 21 de marzo del 2020

Una de las mayores curiosidades en la historia de la imagen digital probablemente sea que, en su origen, la primera de ellas no fuera sino la reproducción de una fotografía analógica, la versión de una imagen previa, originada a través de una tecnología que conocemos hoy en día como escáner. Un hecho destacable por su ironía, pero además, premonitorio de las consecuencias que trajo consigo la irrupción de la imagen digital en la sociedad y que Beatriz Castela señala a través de esta exposición, conformando un certero análisis sociológico de la era tecnológica a través del ensayo artístico.
Tras varios años de investigaciones y propuestas en diferentes formatos -exposiciones, intervenciones, conferencias y publicaciones- la artista llega a Fúcares con una tesis madurada, cuyo apuntalado discurso permite una evolución formal marcada por la transdisciplinariedad que ya preconizaba en trabajos anteriores.
Sus teorías de realidades múltiples provocadas por la circulación masiva de la imagen digital como consecuencia del consumo de mirar y tirar, hace tiempo que tomaron cuerpo de glitch erigido por píxeles, en un intento de materializar aquella con el fin de cuestionarnos su realidad, al rescatarla de la voracidad de las redes; una batalla de contrarios, donde la construcción instantánea de imágenes reproducidas por el ordenador en internet, compita con el meditado proceso creativo de la artista.
Como resultado, la simulación física de un entorno digital, metáfora de una realidad virtual en la que el usuario medio se siente atrapado por la sobreexposición visual, automatizada por un único dispositivo, la pantalla, donde la imagen pierde su valor simbólico, para convertirse en una realidad por sí misma, sin correspondencia semántica. Así por ejemplo, en los últimos tiempos, glitchs y bugs dejan de suscitar el desasosiego del error para convertirse en un recurso estético, un icono sin iconología, al igual que el pixelado deja atrás el esfuerzo por representar lo más fidedignamente la realidad en nuestras interfaces de usuario, hasta el punto de generar un movimiento independiente, el pixel art, o incluso un verbo, pixelar. De esta manera, Castela realiza nuevas piezas como Interferences, formalizadas a modo de pantallas que se interponen en la propia visión de la exposición, analogía de aquello que se revela u oculta tras la imagen digital.
Por tanto, lejos de buscar únicamente la distribución armónica de estos elementos visuales construidos a partir de 8 bits, Beatriz desarrolla un proceso informático de descomposición previa
de la imagen mediante intervención digital, hasta desmontar la trama de color, tomando literalmente fragmentos de la propia imagen destruida para corporeizarlo en una pieza única, una obra de arte, consciente de que en la pulcritud de este proceso reside el éxito de su resultado. Proceso que avanza en la sutileza de su representación hasta el empleo de la postimagen, a partir de la cual crea efectos visuales que aparecen en obras como8-Bit Afterimage donde la visión residual y su acompañamiento sonoro juegan una vez más con nuestra percepción de lo que podemos entender como real.
Un discurso que Castela ha ido perfeccionando, no solo en lo que respecta a la concreción de su relato, sino también en la exquisita y transversal formalización que cierra el círculo. Así, en la incorporación o, más bien, en la desaparición del sistema expositivo en favor de la pieza única, reluce su voluntad de conformar un todo casi “parmenidiano”, donde nada escape a la unidad del mismo. En este caso maderas naturales soportan píxeles traslúcidos que parecen elevarse en paralelo desde el suelo de la sala, a la par que enmarcan dibujos o abastecen lienzos para enriquecer en matices y estéticas ésta relación entre naturalezas físicas y digitales. Un proyecto expositivo que aprovecha el goce estético para deslizar su personal reflexión sobre la percepción humana y la inherente subjetivación de la realidad objetiva.
Piezas que nos obligan sin quererlo a mirar hacia el origen del Minimalismo desde la naturaleza del objeto en sí mismo, como procede Castela con el píxel a la manera de D. Judd. Pero en este caso, la particular supervivencia de los 8 bits a su correspondencia simbólica, escenifica el artificio al que nos somete la pantalla: la dramática metáfora social que esconden estas obras, como cualquiera de los acantilados de C. D. Friedrich.
Por tanto, transitando entre instalaciones, lienzos, vídeos y dibujos, la artista consigue adentrarnos en una alegoría de nosotros mismos, de nuestros modos de ver -o más bien de dejar de hacerlo-, incitándonos a elegir esa píldora roja que nos despierte del sueño digital.