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"...Y ella guarda una piedra de cada lugar que ha visitado" EN JUAN SILIÓ MADRID

Juan Silió

12 de noviembre 2020 - 12 de enero de 2021               

C/ Dr. Fourquet, 18. 28012, Madrid

Horario: martes-viernes 11-19h. / sábados 11-14h.

Apertura: 12 de noviembre

 

Belén Rodríguez: Pool, 2017. Tela de algodón decolorada. 600x1100 cm.

 

Bajo el comisariado de Ángel Calvo Ulloa la Galería Juan Silió en Madrid presenta la exposición … y ella guarda una piedra de cada lugar que ha visitado en la que, a los artistas representados por la galería Belén Rodríguez y Ricardo Cavada, se unen Fuentesal & Arenillas, Núria Fuster, Antonio González, Ana H. del Amo, João Marçal y André Ricardo.

Ángel Calvo Ulloa nos propone una selección de obras que ponen el foco en la sutileza de los gestos, aquellos que por lo general pasan inadvertidos pero que sin embargo conservan la esencia. Una vez extraídos de su contexto y colocados bajo el foco, tienen la poderosa capacidad de remitir y reactivar de manera inconsciente sensaciones que hibernan en algún lugar de la memoria.

El comisario en su hacer diario colecciona también ideas e imágenes que al final, de una manera u otra, se conectan entre si. Así, aunque huye de narrativas forzadas, instintivamente crea un camino en el que, al igual que las piedras procedentes de distintas geografías y tiempos se alinean, las obras aquí presentes defienden el arte sin excesos, aquel que busca la síntesis perfecta con la que concentrar y, sigilosamente, evocar a sentimientos latentes.

...y ella guarda una piedra de cada lugar que ha visitado

En cada viaje que mi madre realiza, lejos o cerca, sin distinciones que otorguen más importancia a unos destinos que a otros, recoge pequeñas piedras que por su forma o textura le resultan sugerentes. Tras esto, de vuelta en casa, escribe con un rotulador sobre cada una el lugar y la fecha donde han sido recogidas, y acto seguido las coloca en el jardín, justo al lado de otras traídas con anterioridad, trazando con ellas unas líneas que definen los contornos de algunas de las jardineras de nuestra huerta. Con el paso del tiempo, la lluvia, el sol y el amplio surtido de inclemencias meteorológicas de Galicia, los datos anotados sobre cada piedra van desapareciendo, convirtiendo la colección en un enredo indescifrable que sólo ella consigue recordar. Dirá Walter Benjamin que el coleccionista junta lo que encaja entre sí; para de este modo llegar a una enseñanza sobre las cosas mediante sus afinidades o mediante su sucesión en el tiempo.

Hace exactamente un año, cuando empezamos a trabajar en esta exposición, me rondaban una serie de pensamientos a propósito de los pequeños gestos con los que convivimos a diario. Esos destellos que, pese a pasarnos a menudo desapercibidos, adquieren una presencia poderosa cuando logramos advertirlos, o cuando más allá de advertirlos, logran provocar en nosotros una impresión que nos acompañará, sino siempre, al menos por un largo período de tiempo.

Inmerso en el recuerdo de alguna de esas experiencias, se inició entonces una búsqueda cuyo objetivo era detectar una serie de comportamientos, o modos de operar, insertados en esa política del gesto mínimo, de la concreción sin alardes, que trajesen a esta exposición una serie de instantes basados en algún recuerdo sutil, que fuesen capaces de seducir con una leve señal.

Leo ahora en un texto que Javier San Martín escribió sobre las telas de BELÉN RODRÍGUEZ que las referencias más inmediatas –amarillo sol, naranja atardecer, fruta verde, piscina azul- son el testimonio de un amor al mundo que no se agota en estas equivalencias, sino que las hace rotundas como fuentes de deseo. Cito entonces sus palabras porque no sabría expresarlo mejor, y porque refleja, ya no la sensación, sino el estado anímico que me ha invadido en presencia de algunos de esos telones como el que ahora atraviesa la sala articulando la visita. Pool transmite la sensación de ese goteo amplificado de piscina, de olor a cloro y dedos arrugados.

En las obras de FUENTESAL ARENILLAS aflora un factor formal que alivia su peso por medio del componente lúdico que las atraviesa. Ahora que la tela pende de los pivotes de madera, imaginémoslos a ellos jugando y deteniéndose en el instante en que el esparcimiento corre el riesgo de convertirse en rutina. Es entonces cuando se paraliza la acción y el resultado se muestra ante nosotros casi ondeante, con el calor de las manos todavía impreso en la disposición laberíntica de los pliegues, que de algún modo remiten a las composiciones que RICARDO CAVADA pintó entre 2001 y 2002. En ellas, además de romper a muchos niveles con lo que había sido su trabajo durante las dos décadas anteriores, su pintura pasa a estar protagonizada por planos enredados que se superponen, y las tintas, aunque a veces lavadas, aplanan sus tonos simplificando las combinaciones. Hay en ellas mucha pintura oculta, mucha memoria de muchos años de trabajo, y es quizás en esta serie en la menos se adivina el lastre que podría suponer tal bagaje.

En un intento por transformar la inmediatez y el carácter personal e intransferible del gesto en un proceso mecánico, JOÃO MARÇAL plantea un acercamiento a la abstracción pictórica a través de la reproducción de patrones como los utilizados por la industria textil para elaborar ropa de cama o tapicerías para autobuses. Así, Marçal vuelve sobre temas básicos en la historia de la pintura, nunca exentos por supuesto de la gran carga irónica de un discurso que él plantea desde el campo de la pintura.

No muy lejos, en la decisión de ANTONIO GONZÁLEZ de pintar en cartones se halla implícita una carga que permite dudar entre la solución precaria o la decisión netamente estética. De la serie de esculturas y pinturas que González empezó a elaborar con este material en 2016, agrada la frescura con que estas son tratadas, la reducida gama cromática y la falsa facilidad del gesto que de algún modo conecta con lo que João Marçal propone. Esos factores son los que lo convierten en un pintor rotundo, que crece a medida que hace desaparecer su mano.

Algo similar ocurre en la pintura de ANDRÉ RICARDO, en la que aflora, además de un conocimiento exhaustivo del oficio, también un interés por su cultura, tomada de la arquitectura popular o de diversas imágenes que lo han acompañado desde la infancia. Aunque formalmente en las antípodas de lo que Antonio González propone, la de André Ricardo es una pintura de mínimos a la que sólo se llega por el camino más largo.

También en los tensos ensamblajes que NURIA FUSTER propone a partir de materiales recopilados, nos asomamos a un quiebro formal que los resignifica mediante un movimiento sencillo, que logra desplazarlos de su estado de reposo a otro que remarca su potencial y nuestro desconcierto. Su práctica gana cuando su mano únicamente se intuye, y aparece de un modo preciso y fugaz, como aparece en las leves intervenciones pictóricas que confirman el saber hacer de ANA H. DEL AMO. Ella parte de un aprovechamiento máximo de los recursos, otorgando a los objetos una autonomía casi plena, que se manifiesta a través de esos gestos altamente medidos que recorren las superficies y los bordes de un modo carnoso y entrecortado. Ella, al igual que Nuria Fuster, tiene la capacidad de operar sin complejos, que es algo que en un panorama artístico como el nuestro pesa en exceso.

Recuerdo con una nitidez que me eriza la piel la sensación al descubrir la brisa fresca de Ryan Gander que recorría las dos alas de la planta baja del Fridericianum de Kasel, en Documenta 13. Salones amplios, de techos altos y grandes ventanales, que aislaban del trasiego y el bochorno estival exterior en la semana previa a la clausura, el paseo por aquel espacio supuso para mí una revelación cuyo único paréntesis era, en medio de la sala este, una sutil peana con las mismas tres esculturas de Julio González que habían sido expuestas allí en 1959, durante la segunda edición de este evento.

No digo nada nuevo si afirmo que aquella brisa de Gander recorriendo el museo provocaba una mayor consciencia de lo que de reparador tiene tal fenómeno. Aquella brisa, lejos de un paisaje que la convirtiera en una pieza más de una situación idónea, era quizás más brisa allí, en medio de un evento abarrotado que de pronto reservaba un espacio principal para recalcar su importancia y trasladarnos a otro lugar mejor. ...y ella guarda una piedra de cada lugar que ha visitado busca exactamente eso, ser un oasis en este instante que atravesamos. Por eso, ahora que cada caso ha sido detallado bajo un tenue discurso, vinculándolos como lo están esas frágiles cadenas de piedras que mi madre reúne en su jardín, mediante un orden que los envuelva sin limitarlos, observo estas desde la ventana de mi estudio, dispuestas como si aquel hubiese sido su emplazamiento originario, como si en vez de pequeños pedazos de otras geografías fuesen memoria perenne de esta orilla del mundo. Rebusco entonces en un cuaderno de notas algún apunte tomado durante el viaje a Kasel de 2012 y, a propósito de aquella experiencia, leo: Nada más inasible que una simple brisa y, al mismo tiempo, nada menos.  

 

Ángel Calvo Ulloa