En la Galeria Antoni Pinyol conocimos a Mireia Cifuentes a raíz de su paso por el 24 PremiTelax, del cual consiguió un accesito gracias a sus pinturas, que se alzan con tal fuerza que nos remiten a las figuras votivas de las Venus en la antigüedad; éstas son símbolo no sólo de lo femenino sino de todo lo que tiene que ver con la vida, su nacimiento y su muerte, son mucho más que mujeres desprovistas de rostro, son personificaciones del mismo ciclo vital.
Uno de los signos más antiguos de nuestra especie se combina en la obra de Cifuentes con una técnica innovadora con la que consigue diluir la figura humana de tal manera que ésta entra en nuestra mente, no cómo una masa sólida y estática, sino que fluye, tal que un río que se expande hacia nuevos significados, abriéndonos las puertas a la percepción y compartiendo con nosotros las diferentes realidades de la existencia, simbolizadas por la parte frontal de la obra y su reverso oculto.
En lo que a sus paisajes se refiere, éstos no dejan de ser otra manera de acercarse a las preguntas sobre el paso del tiempo y, tal y cómo hacía con la figura humana, dota de movimiento a éstas visiones aparentemente estáticas y desérticas, son tierras muertas y estériles por las que nuestra mente viaja y trata de responder las preguntas vitales que sutilmente nos sugieren.
La obra de Mieria Cifuentes cumple con dos dualidades que la hacen sobresalir, pues ésta es universal a la vez que personal y atemporal a la vez que innovadora, pues consigue transmitirnos con un lenguaje contemporáneo un mensaje que afecta a toda la humanidad desde sus inicios, pero desde un punto de vista propio, basado en la experiencia íntima de la artista.